Estrés o no estrés, ésta es la cuestión

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Si hiciéramos un balance anual de cómo hemos gestionado nuestro estrés, al igual que hacemos la Declaración de Renta cada mes de junio, probablemente nos sorprendería la elevada cantidad de impuestos que nuestra salud debería pagar.

El ritmo de nuestra vida es tan rápido, que apenas nos permite disfrutar de ella.

Las “últimas” tecnologías en la comunicación  se convierten en “penúltimas” a la mañana siguiente. Gracias a ellas, accedemos a la información y podemos conectarnos de forma global, sin barreras ni fronteras. Lo hacemos desde casa, en el trabajo, en centros de enseñanza, paseando, durante el tiempo de ocio y, en algunas ocasiones, en horas de sueño.

Este indiscutible avance tecnológico forma parte de nuestro día a día, y no nos imaginamos la vida sin su existencia. No obstante, cuando se establece una relación con algo u alguien se crea una dependencia, la cual es aconsejable controlar para mantener nuestro equilibrio. Todos hemos sufrido, en mayor o menor grado, el estrés que conlleva perder la estabilidad.

No es infrecuente observar determinadas escenas cotidianas en las que la dependencia a estas modernas tecnologías es más que evidente: amigos reunidos hablando más a través de sus respectivos móviles que entre ellos mismos; personas degustando un almuerzo sin dejar de teclear su portátil; oír, sin querer escuchar, conversaciones ajenas con móviles en el transporte público, etc. Paradójicamente, esta conexión sin interrupciones nos aísla, y el hecho de no desconectar nos estresa.

Por fortuna, la naturaleza es sabia y nuestro organismo tiene los mecanismos de defensa necesarios para combatir el estrés, aunque no son ilimitados.

Uno de estos mecanismos es la producción de “Cortisol”, sustancia fabricada en el riñón, concretamente en la glándula suprarrenal, y conocida por el nombre de “La Hormona del Estrés”.

La principal misión del cortisol es proporcionarnos energía extra para afrontar situaciones de emergencia y poder superarlas. Es decir, cuando nos enfrentamos a condiciones adversas, el cerebro manda una señal de alarma y nuestro organismo produce más cortisol para restablecer el equilibrio. Una vez resuelto el “estrés puntual”, la cantidad de cortisol disminuye hasta niveles normales. Sin embargo, ante un escenario de “estrés prolongado” la cantidad elevada del cortisol se mantiene, ocasionando importantes cambios en nuestro cuerpo, tales como: aumento del azúcar en sangre, activación del metabolismo, disminución de la formación de masa ósea y reducción del sistema inmunológico (bajan las defensas). En resumen, el cortisol en su justa medida nos ayuda a resolver problemas, pero en exceso nos los crea.

Lo más conveniente, por tanto, sería minimizar al máximo las circunstancias que influyen negativamente en nuestro estado de ánimo,  aquellas que años atrás nos hacían exclamar: “Estoy un poco nervioso”, y que ahora hemos sustituido por: “Estoy muy agobiado”.

Si William Shakespeare hubiese nacido en nuestra época, la célebre frase de Hamlet ya no sería: “To be or not to be”, sino “Stress or not stress, that is the question”.

Mari-Carmen Salvador

Licenciada en Biología
Educadora en el Sector Salud